Blogia
INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

No a Turquía en Europa (III). De la crisis del Imperio Otomano a Kemal Ataturk

No a Turquía en Europa (III). De la crisis del Imperio Otomano a Kemal Ataturk

Infokrisis.- La Turquía moderna es el último subproducto de la desintegración del Imperio Otomano, cuyo final fue sellado y certificado por el turco más excepcional del siglo XX, Mustafá Kemal Ataturk. En esta nueva entrega de la serie sobre Turquía, abordamos la historia del Imperio Otomano, desde sus primeros pasos hasta la irrupción de Atatuk.

El Imperio Otomano: un imperio contra Europa

El Imperio Otomano se extendió entre 1299 y 1922, con un cenit indiscutible en el siglo XVI, cuando abarcó toda la península Anatolia, la zona de hoy conocemos como Oriente Medio, grandes extensiones en África del Norte, y territorios europeos que se prolongaban desde los Balcanes hasta el Cáucaso. Su historia había sido larga y atribulada y, a causa de su extensión, generó graves conflictos internacionales.

A mediados del siglo XIII, las incursiones de los mongoles presionaron sobre pueblos otomanos, haciendo que se desplazaran hacia el Oeste. El sultanato de Rüm, poblado por turcomanos, terminó partiéndose en varias fracciones, la mayoría tributarias de los mongoles; pero, una de ellas, situada en Anatolia occidental, poblado por turcos Oghuz y dirigido por Uthman I Gazi, se convirtió en el germen del futuro Imperio Otomano.

Setenta años después, en 1326, los turcos conquistaban Nicea que, hasta ese momento había pertenecido al Imperio Bizantino. Luego marcharon hacia los Balcanes y derrotaron a los cruzados en la Batalla de Nicópolis en 1396. Pero luego los turcos fueron batidos por los mongoles de Tamerlán en la Batalla de Angora y debieron esperar cincuenta años después para reconstruir su naciente Imperio. El impulso definitivo lo encuentran con Mehmed II, quien se apoderó de Constantinopla en 1453 y liquidó definitivamente el Imperio Bizantino. En 1529, Soleiman el Magnífico es derrotado a las puertas de Viena, pero los turcos lograron extenderse hasta Persia y Egipto logrando su máximo apogeo en 1683.

En realidad, la decadencia otomana se había iniciado en 1566 tras la muerte de Soleimán el Magnífico. El nuevo asalto perpetrado sobre Viena en 1683, supuso un revés que cortó definitivamente las aspiraciones turcas de islamizar Europa. Lo que va de 1683 hasta 1922, es la crónica de una irremisible y continuada decadencia que ni el disciplinado cuerpo de los jenízaros, ni la temible caballería Sipahi, lograron conjurar.

La interminable decadencia otomana

Debilitada la posición militar, a principios del siglo XVIII no quedaba más remedio para subsistir que utilizar la diplomacia y contar con la casta de comerciantes griegos para salvar la integridad del Imperio. Esta casta fraguó la idea de reconstruir la antigua grandeza griega y sustituir el Imperio Otomano por el Griego. Después de sucesivas insurrecciones y revueltas, finalmente, los griegos obtuvieron la independencia en 1823, aunque jamás pudieron vencer completamente a los otomanos y recuperar la grandeza perdida de Bizancio.

Estas derrotas cerraron a los otomanos en sí mismos. Sin embargo, la casta militar, educada en las escuelas militares occidentales, era consciente de que había que renovar y modernizar el país. Los militares protagonizaron constantes insurrecciones, levantamientos y golpes de Estado, muchos de ellos habían ingresado en distintas obediencias masónicas occidentales y buscaban implantar una democracia similar a las que se habían ido extendiendo por Europa a partir de la Revolución Francesa. A partir de entonces, Turquía fue llamado “el enfermo de Europa” (en la medida en que aún poseía dominios en los Balcanes). Si en esas fechas el Imperio Otomano no terminó hundiéndose fue gracias al apoyo británico. A lo largo de todo el siglo XIX, Inglaterra se apoyó en Turquía para cortar el acceso ruso a uno de los mares cálidos, el Mediterráneo.

Seis países habían surgido en la segunda mitad del siglo XIX como frutos de la descomposición del Imperio Otomano (Albania, Bulgaria, Grecia, Montenegro, Rumania y Serbia) que, en 1914 solamente disponía de la pequeña Tracia en tierra europea. En aquella época, los dos adversarios históricos de Turquía, el Imperio Austro-Húngaro y el Imperio Ruso, mantenían todavía una posición sólida. El primero aspiraba a extenderse por el valle del Danubio y abrirse paso hasta el Mar Negro, mientras que Rusia estaba ligada por lazos étnicos a las poblaciones balcánicas, no solo por la común raza eslava, sino por la religión ortodoxa. Rusia se encontraba encerrada en el espacio geopolítico por el control turco del Bósforo y los Dardanelos y aspiraba a tener acceso a los mares cálidos del sur y por las aspiraciones austro-húngaras sobre los Balcanes. La política rusa y la austro-húngara tenían pendiente un enfrentamiento que no habían podido resolver desde el desplome del Imperio Turco.

Turquía y la Primera Guerra Mundial

En las décadas previas a la Primer Guerra Mundial se habían creado dos sistemas de alianzas: de un lado la Triple Entente contituida por Francia, Inglaterra y Rusia, y de otro la Triple Alianza, constituida en 1882 por los Imperio Alemán y Austro-Húngaro y Serbia. Cuando Gavrilo Prinzip, un joven miembro de una sociedad secreta serbia –la “Mano Negra”- asesinó al heredero de la corona austro-húngara, Francisco José, en Sarajevo, la larga rivalidad se precipitó. Primero Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia, pero, al salir los rusos en defensa de los serbios, la guerra se extendió también a Rusia, el 1º de agosto de 1914, la guerra prendió en toda Europa. En pocos meses se habían enzarzado en los combates treinta y dos Estados, de las cuales cuatro formaban en el bando de las “Potencias Centrales” (Austria-Hungría, Alemania, Bulgaria y el Imperio Otomano) y el resto (con Francia, Italia, Inglaterra, Rusia y EEUU) constituían el bando de los “aliados”.

Durante la guerra, los ingleses estimularon la insurrección de los pueblos árabes contra el poder otomano. Al acabar la guerra, con la derrota de los Imperio Centrales y del Imperio Otomano, el país cayó en la anarquía. Esa fue la hora en la que uno de los militares occidetalizados, Kemal Ataturk, esperó para imponerse sobre el caos. En 1924 abolió el Sultanato e instauró la República.

La irrupción de Kemal Ataturk

Mustafa Kemal “Ataturk” (“Ataturk”, literalmente, “padre de los turcos”) es, aun hoy, cuando su obra se ha visto desvalorizada por el ascenso islamista, como el fundador de la Turquía moderna. Había nacido en Tesalónica (región de la actual Grecia). Siguió la carrera militar que concluyó en 1905 siendo enviado a la guarnición de Damasco como primer destino. Ingresó en la asociación secreta militar “Vattan” (Patria) y se unió en 1907 a los “Jóvenes Turcos”, una asociación política reformadora. Cuando se produjeron las revueltas de 1908 y los Jóvenes Turcos derrocaron al sultán, Kemal pasó a ser uno de los hombres más prestigiosos del país. Participó en las operaciones contra los italianos cuando estos atacaron Libia, luego manda la guarnición de Gallipoli en Tracia y, poco antes de estallar la Guerra Mundial, es enviado a la embajada Turca en Sofía, la capital búlgara.

Ataturk tomó parte en los combates comandando la 19ª División, impidió el desembarco de ingleses y franceses en Gallipoli y, ya en 1915, había ganado fama de enérgico conductor militar y perfecto estratega. Con este prestigio fue destacado al Cáucaso en donde obtuvo victorias sobre el ejército ruso y luego, en Arabia Saudí, donde hizo frente a las revueltas y, más tarde, fue destacado a Palestina. Pero, en cada traslado, se volvía más escéptico sobre las posibilidades de recuperación del Imperio Otomano. Cuando en 1918 los otomanos firmaron la capitulación, nadie dudaba que Mustafá Kemal Ataturk jugaría un papel decisivo en los acontecimientos que sucederían. La derrota y el despedazamiento del Imperio Otomano exacerbó en muchos militares como él el virus nacionalista. Los griegos habían ocupado Izmir en 1919, y luego, junto a franceses y británicos, se hicieron con Bursa, Uçak y Nazilli.

En mayo de 1920 fue enviado al sultán Mehmed VI el Tratado de Paz que sería firmado en octubre del mismo año. El gobierno que había alejado a Ataturk de la capital para evitar que agitase contra las condiciones draconianas impuestas a Turquía en el tratado, aprovechó su presencia en Ankara para fundar un movimiento nacionalista. Los representantes del Parlamento Provisional decidieron aceptar lo inefable y ofrecer a Ataturk el cargo de presidente de la Asamblea Nacional, pero éste rechazó el ofrecimiento y se declaró en rebeldía. Proclamó que el Consejo Otomano y la dinastía eran traidores a la patria. Los griegos aprovecharon para lanzar una ofensiva que solamente resultó detenida por las fuerzas Ataturk en las puertas de Ankara. En septiembre de 1922, tras las victorias de Sakarya y Dumlupimar, Kemal reconquistó Izmir. Estas victorias forzaron a los aliados para reconsiderar el tratado de paz y elaborar otro que fuera más aceptable para la nueva Turquía que se insinuaba en el horizonte. En noviembre de 1922, el gobierno provisional abolió el sultanato y proclamó a Kemal Ataturk como presidente de la República. Pero Ataturk no pudo impedir que se consumara la pérdida de Siria, Palestina, Mesopotamia y Arabia.

El régimen de Ataturk

El régimen de Ataturk se basó en un partido único, el CHP o Partido Popular Republicano. Se suele atribuir a Araturk una voluntad de democratizar completamente el país, y se argumenta que no consiguió hacerlo a causa de las ingerencias de los países occidentales que instigaban a los movimientos reaccionarios. De lo que no hay muchas dudas es de que Ataturk era partidario de un régimen autoritario mucho más que de los regímenes democráticos a la occidental. No escondió jamás su admiración por la política soviética en los logros relativos a la independencia nacional y luego del fascismo italiano capaz de superar la grave situación de quiebra nacional que afectó a Italia tras la guerra. A partir de 1933 demostró en muchas ocasiones su admiración y buena disposición hacia la Alemania hitleriana. No fue un fascista clásico, ni mucho menos un comunista, aceptaba la propiedad privada y, la represión contra los opositores siempre fue limitada, pero no puede olvidarse que, bajo su gobierno, no se reconoció personalidad jurídica a la minoría turca y se inició se adoptaron medidas que supusieron un verdadero genocidio cultural.

El régimen inaugurado por Ataturk puede resumirse en seis principios: republicano, nacionalista, popular, estatista, laico y revolucionario. El mayor esfuerzo del gobierno de Kemal Ataturk consistió en “occidentalizar” Turquía o tratar de emular los estándares de vida occidental. Y esto era algo sorprendente en un país musulmán. El programa de Ataturk en este sentido podía definirse como una “secularización de la vida pública” que hasta ese momento había estado sujeta a las iniciativas de las autoridades religiosas y guiada por los principios coránicos. Si con Mehmet I se había iniciado una “europeización” del Imperio Otomano por la vía de la espada, con Ataturk la “europeización” se realiza por imitación. Clausuró las escuelas coránicas y sustituyó la Sharia por el código civil. La mujer turca resultó muy beneficiada por Ataturk. En 1934 se le dio derecho a voto y posibilidad de ser elegidas. Los imanes fueron elegidos por el gobierno y se sustituyó el calendario árabe por el gregoriano,

Se reformó la escritura, rechazándose los caracteres árabes por un alfabeto latino modificado que resultaba más fácil de aprender y reproducir; se prohibió el uso del fez para los hombres y del velo para las mujeres, se autorizó el uso del alcohol, y se adoptaron reformas sociales para integrar a la mujer en el mercado de trabajo.

En 1936, Turquía recuperó el dominio de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, cuando la salud de Ataturk ya empezaba a quebrantarse. En los últimos años se había convertido en un tabaquista empedernido y consumía cantidades ingentes de licor. En 1938, finalmente, falleció.

El tránsito de un Estado musulmán a una república laica no fue fácil. Los fundamentalistas religiosos terminaron por controlar el Partido Republicano Liberal, de oposición, y extendieron la protesta contra la occidentalización a todo el país. Ataturk no dudó en disolver este partido en 1930, cuando los regímenes autoritarios y de partido único ya se extendían por toda Europa. Hasta 1945, cuando Ataturk ya había muerto y se habían derrotado a los fascismos, Turquía no caminó decididamente hacia una democracia formal. El sucesor de Ataturk, Ismet Inönü, mantuvo a Turquía al margen de la Segunda Guerra Mundial y no declaró la guerra a Alemania sino dos meses antes de concluir el conflicto. En 1945, ingresó en NNUU y en 1952 en la OTAN.

© Ernesto Milá – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

0 comentarios