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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Los pactos de la transición y la extrema-derecha

Los pactos de la transición y la extrema-derecha Redacción.- La transición se apoyó sobre pactos secretos que empezaron a fraguarse en la reunión de Mallocar del Club Bildelberg (1976) y terminaron en los Pactos de la Moncloa (1978). Entre otros acuerdos se resolvió acabar con los “extremos”. Fraga y Carrillo los adoptaron en los meses siguientes como ley de oro para el futuro de la democracia española. Sin embargo, ZP ha puesto en peligro estos acuerdos… como tantas otras cosas.


Los pactos secretos de la transición

En tanto que acuerdos secretos no se firmaron ni se redactaron en forma impresa, pero estuvieron ahí. Fraga ha sido, sin duda, el superviviente de la transición que ha tenido menos pudor en hablar sobre estos acuerdos. El expresidente de la Xunta y de AP, ha reconocido en decenas de ocasiones que en España no hay extrema-derecha gracias a él… Si, a él y a otros muchos que trabajaban en la misma dirección.

En 1976 se elabora en la reunión del Club Bildelberg en Palma de Mallorca, el esquema de lo que iba a ser la transición española: borrón y cuenta nueva, un tábula rasa en el que la oposición democrática, renunciaba a realizar un ajuste de cuentas con el aparato de poder, el cual, a su vez, exigía que se respetara a la monarquía española como símbolo de continuidad. La oposición democrática renunció a la ruptura y aquí, en definitiva, se intentó presentar la transición como un “acuerdo general entre españoles” en el que no hubiera “ni vencedores ni vencidos”. Pero no era así.

Tanto en la derecha radical como entre la izquierda comunista había muchos que no estaban dispuestos a olvidar: el franquismo no quería olvidar que había ganado la guerra civil y que todavía disponía de poderes fácticos en los que estaba presente (ejército, policía, magistratura). La izquierda comunista, por su parte, quería la revancha, el resarcimiento de los vencidos, el juicio a los vencedores y aplicar el modelo comunista. Carrillo fue el primero en advertir que los acuerdos de Yalta (1945) impedían que un Partido Comunista accediera al poder en Europa Occidental, de ahí que, junto a Marchais y Berlinguer, secretarios generales del PCF y del PCI, respectivamente, inventara el “eurocomunismo” que sería un comunismo independiente de la URSS. Pero no fue suficiente.

En el viaje que Carrillo hizo al CFR (Consejo de Relaciones Exteriores) de EEUU, en 1979, verdadero centro del poder mundial, dio una conferencia en Yale y en esa institución y, de retorno, inició la demolición controlada del PCE. El genial conductor del PCE durante los últimos 25 años de franquismo, que había convertido al partido en un poderoso aparato clandestino, dotado con miles de afiliados y cuyo órgano “Mundo Obrero”, llegó a distribuir clandestinamente 250.000 ejemplares, cogió la piqueta y empezó la demolición controlada del partido, empezando por el Partido Comunista de Euzkadi, siguiendo por la poderosa federación madrileña del PCE, continuando por las Agrupaciones de Intelectuales y Artistas, hasta hacerse expulsar por sus propios camaradas y pasar con sus últimos fieles ciegos, al PSOE en 1986.

Al mismo tiempo, el PSOE ofreció a los dirigentes de los partidos de extrema-izquierda (el PTE, la ORT, la OICE, Bandera Roja, los distintos grupos trotskystas) un lugar en sus filas… lugar, remunerado, por su puesto y con cargo a los presupuestos generales del Estado: Pina López Gay (PTE) se convirtió en asesora de la Junta de Andalucía, Solé Turá (Bandera Roja) pasó a ser ministro socialista en el segundo gobierno felipista, Sanromá (ORT) pasó a funcionario ministerial ocupado del consumo, El “Pájaroloco”, atrabiliario líder de la OICE, pasó también a ocupar un cargo en el PSOE, justo antes de huir a Cuba con el dinero del departamento, en lo que constituyó el primer gran caso de corrupción socialista…

La obra de demolición de la extrema-izquierda se inició en Barcelona, cuando la CNT reconstituida, estaba en camino de convertirse en el sindicato más numeroso y activo en Catalunya (año 1976). En ese momento, en el curso de una manifestación de la CNT, un grupo radical lanzó botellas incendiarias contra el local “Scala”, provocando la muerte de cinco trabajadores (4 afiliados a la CNT). Los detenidos resultaron ser miembros del sindicato que vio como bruscamente caía en el más absoluto descrédito. Desde el primer momento se supo que la acción criminal había sido inspirada por un confidente de la policía (“El Grillo”). Pero ningún partido mayoritario –ni de derechas, ni de izquierdas- evidenció el más mínimo Interés en impulsar la investigación sobre lo ocurrido. En esa acción murió para siempre la CNT como fuerza alternativa real.

La extrema-izquierda resultó, en este y en otros episodios que se sucedieron en aquella época, completamente desbaratada: desde el PCE hasta la ultraizquierda. Quedaba la extrema-derecha. Ni habría “revolución”, ni la “reacción” sería algo diferente a golpeteros de opereta.

El desmantelamiento de la extrema-derecha

Hay que recordar que en 1975, la extrema-derecha no era el poder, pero si estaba en el poder. En el Consejo de Regencia, en los bancos de las Cortes y del Consejo Nacional del Movimiento, en el Consejo del Reino, en los sindicatos verticales, en el INI, en las FFAA, la magistratura y la policía, incluso entre la nobleza de blasón y la patronal, en capas sociales de relativa envergadura, existían miles de personas que compartían los ideales de la extrema-derecha… aun cuando el franquismo, en el fondo, no fuera más que una forma de paternalismo desarrollista.

Los años del nacional-catolicismo (1943-1952) quedaban lejos, los años del desarrollismo (1953-1973) se habían agotado y la economía española ya no podía vivir aislada en sí misma, sino que precisaba la integración en el Mercado Común… y eso implicaba democratización.

Pero lo cierto es que personas de ideología ultraderechista y de cierta relevancia social, estaban presentes en todos los niveles de la administración y de la sociedad española y constituían un formidable obstáculo para la transición. Si esos sectores hubieran sabido o podido organizarse en un partido al estilo del MSI, era evidente que habría, como mínimo, ocupado un 10% del electorado… en esas condiciones la transición hubiera tenido otra fisonomía.

Pero las dos fuerzas sobre las que se asentaba la extrema-derecha en 1976 estaban fuera de la historia: por una parte el nacional-catolicismo de Fuerza Nueva que tomaba una parte del franquismo (1943-52) por el todo (1936-1975) y por otra parte, Falange Española que no había logrado evolucionar ni estética ni ideológicamente desde 1933. En esas condiciones, resultaba difícil alumbrar un partido de extrema-derecha y que tuviera éxito, pero no había que descartarlo. Había medios económicos y era posible que, antes o después, aparecieran sectores renovadores capaces de comprender que las formaciones paramilitares, los gestos nacional-católicos y la parafernalia falangista, podían atraer a una parte decreciente del electorado, pero nunca a ser los fundamentos de un partido al estilo del MSI. Por eso, la oposición democrática, exigió la destrucción de la extrema-derecha a cambio de transigir con la bandera nacional, no exigir responsabilidades penales por los excesos en la represión de la postguerra, ni alejar a España de la orbita atlantista, etc.

El proceso de laminación de la extrema-derecha empezó en Montejurra (abril de 1976) y terminó el 23-F de 1981. Entre ambas fechas la extrema-derecha es liquidada y destruida. Es preciso recordar que en aquella época la extrema-derecha facilitó extraordinariamente la tarea. Los dirigentes de los grupos de extrema-derecha ni fueron capaces de controlar a sus bases, ni de educarlas políticamente, ni siquiera de aislar a los elementos más violentos. Se produjeron increíbles episodios de violencia que, verosímilmente, eran acciones individuales aisladas, pero la prensa las presentó como una campaña estratégica, organizada por los líderes ultras. Estos, por su parte, no fueron capaces de demostrar su inocencia: en lugar de eso, prefirieron mostrar centurias paramilitares uniformadas (en su inmensa mayoría, inofensivas, inmaduras y demodés) dando la razón a sus adversarios.

Cuando un grupo incontrolado asesinó a Yolanda Ruiz, una joven trostkysta en Madrid, fueron detenidos sus asesinos resultando ser miembros de Fuerza Nueva. La investigación policial llevó a la cárcel –sin pruebas sólidas- a David Martínez Loza, jefe de seguridad del partido. Para muchos altos dirigentes de Fuerza Nueva en aquel momento, aquella detención fue el signo del riesgo que corrían: los que habían hecho la campaña electoral de 1979 que llevó a Blas Piñar al Parlamento, casi en su totalidad se habían retirado dos años después a causa del “Caso Yolanda”. En 1983 la militancia de prestigio dentro del partido, había disminuido extraordinariamente.

Este proceso de aislamiento de la extrema-derecha fue realizado por una tenaza con dos pinzas: Manuel Fraga de un lado y el poder mediático (PRISA, Cambio 16, Zeta) de otro. En 1979, Fraga, hasta última hora, dejó entrever a Blas Piñar que era posible una alianza desde AP a Falange y sólo unas horas antes de cerrarse las listas, se negó a ello. Por su parte, “El Alcázar”, dirigido por Antonio Izquierdo, amigo íntimo y compañero de lonas en la Escuela de Mandos José Antonio, Rodolfo Martín Villa, ministro del interior, sostuvo siempre la ficción del pacto AP-extremaderecha y, en momentos de tensión y elecciones, optó por la ambigüedad constituyendo el principal canal de desvío de electores de la extrema-derecha hacia AP, en una operación tan evidente y miserable que parece increíble que no fuera denunciada por los líderes de la extrema-derecha de la época (Piñar, Fernández Cuesta, Girón, Márquez, etc).

Finalmente, este proceso de aislamiento de la extrema-derecha culmina el 23-F. A partir de Tejero y de su clamorosa entrada en el congreso de los diputados, la extrema-derecha deja de existir. Esa extrema-derecha había querido ser “continuista” en 1976, “golpista” a partir de 1977 y en 1981 se encontró sin salida estratégica. Desde entonces no ha podido levantar cabeza, no tanto por dificultades exteriores, como por errores de dirección, atomización, fragmentación extrema, y continuación de los errores anteriores que han seguido presentes inercialmente.

La esencia de la transición: la marcha al centro

Con cierta lógica, los mentores de la constitución de 1979 pretendían dar al Estado una permanente estabilidad. Para ello era preciso alcanzar un consenso en el que entraran todas las fuerzas políticas de la oposición democrática y del franquismo sociológico. Solamente quedaron fuera los “revolucionarios” de izquierdas (del PCE hasta los anarquistas) y los “reaccionarios” de derechas (de Fuerza Nueva a la falange y al carlismo).

Se trataba de construir un “centro” potente en el que recayera –como en toda Europa- el favor popular, en tanto que “centro” en ocasiones (UCD), “centro-derecha” ocasionalmente (AP-PP) y “centro-izquierda” en otras (PSOE). Se consideraba –erróneamente- que el nacionalismo estaba incluido en este esquema algunas regiones. Así mismo, se arbitraron barreras constitucionales que hacían imposible que pequeños partidos tuvieran acceso al poder, y que el acuerdo de solamente una de las partes pudiera acarrear una reforma constitucional, no consensuada.

Este esquema tenía algo de honesto (buscar la estabilidad) y un mucho de egoísta (solo sus mentores “garantizaban” tal estabilidad). En realidad, una loable excusa, servía para que el poder recayera permanentemente en las mismas manos… y así ha sido desde 1979: centro, centro-izquierda, centro-derecha.

Era evidente que un proyecto así, no podía estar solamente sostenido por partidos políticos. A pesar de que entre 1977 y 1982, los partidos tuvieron sus más altas cuotas de afiliación, realmente, siempre fueron estructuras de poco peso en la sociedad española, carentes de personalidades relevantes. Éstas, se encontraban en otros sectores que también firmaron tácitamente el pacto constitucional de la transición: banca, patronal, grupos económicos y, especialmente, mediáticos, sindicatos, etc.

El fin del pacto constitucional: Zapatonto

Cuando Zapatero llega al poder el 14-M se produce un marasmo institucional. En primer lugar, por la evidente impreparación del líder socialista, encaramado al poder sobre 191 cadáveres y utilizando el trampolín de PRISA en lo que constituyó un verdadero golpe de Estado. En segundo lugar, por que a ese problema se une, el que se trata del primer presidente que no ha vivido la transición. En efecto, cuando ésta tuvo lugar, ZP apenas era un adolescente de provincias que no tenía el menor empacho en fotografiarse luciendo pantalón campana y melena. Ya se intuía su escasa fibra política.

ZP desconocía los matices del pacto de la transición y, por lo demás, carecía de inteligencia política suficiente como para advertir que solamente un pacto podía ser capaz de presentar el caótico proceso como una “transición modélica, ejemplo para todo el mundo”.

En apenas un año y medio, Zapatonto ha pulverizado el esquema generado en la transición: de un lado, ha propuesto una reforma constitucional sin tener una idea clara de hacia donde quería enfocarla, y proponiéndola públicamente antes de obtener un consenso con el PP; en segundo lugar ha vulnerado una de las leyes de la transición (no tender la mano al terrorismo) proponiendo el diálogo y la negociación con ETA; ha accedido a una reforma de los estatutos de autonomía propuesta por los nacionalismos e independentismos que apenas pudieron ser ligados con alfileres al anterior pacto constitucional y siempre gracias a que contaban con personalidades de muy superior envergadura a las actuales (Roca). Y, finalmente, ZP ha infringido la más importante de todas las cláusulas en las que se asentó la transición: ha resucitado el guerracivilismo que hoy, cuando ya han fallecido el 90% de quienes participaron en aquel conflicto, está más vivo que en 1960 y que ZP utiliza para reforzar su precaria base social y crear señuelos que hagan olvidar su falta de liderazgo.

¿Resucitará la “ultra”?

A partir de ahora, el consenso constitucional está roto definitivamente y sin posibilidades de amarre. En estas circunstancias, sería posible pensar que las barreras que contienen a la extrema derecha han saltado definitivamente y que ningún consenso lograría frenar su ascenso. No es así. De hecho, es posible que una formación de extrema-derecha clásica lograra arraigar en nuestro país y que, en esta ocasión, no tuviera la oposición cerrada de grupos mediáticos, incluso sería posible contar con la condescendencia de algunos, para lograr su despegue… sólo que ya no queda extrema-derecha en ninguna de sus formas.

Así pues, es preciso mirar a otras formas de organización y, fundamentalmente, siguen siendo válidas las tesis elaboradas a partir de 1995 y que hemos intentado completar en las páginas de infoKrisis:

- La tesis de la “autonomía histórica” (documentación fundacional de exDN, hoy “tribu urbana del mismo nombre”).
- La doctrina de la “identidad y el arraigo” (zona de descargas).
- El modelo de “organización en red” (zona de descargas: “La Forja del Acero”)
- La “estrategia de la herradura” (a reformular en breve)

Estas tesis suponen una ruptura con el anterior modelo que ya demostró su ineficacia a partir de 1976 y que los grupos de extrema-derecha siguen sosteniendo contra viento y marea a causa de su increíble rechazo a ejercer el pensamiento lógico y la capacidad de análisis. Estas tesis, no tienen ya, salvo el origen remoto de algunos de sus defensores, lazos familiares con la extrema-derecha clásica. Esta, por mucho que se empeñen sus mentores en practicar el cyberactivismo para abrir las puertas a la posibilidad de un activismo clásico militante, está completamente muerta (no agónica, simplemente muerta) y sin posibilidades de recuperación. Los nuevos espacios abiertos por las “ideas” de ZP llegan en un momento en que la extrema-derecha es irrecuperable.

De lo que se trata, en definitiva, es de abrir nuevos espacios políticos, no de defender áreas políticas cada vez más restringidas y residuales, zonas que facilitan –ciertamente- un “suelo mínimo”, pero cuyo “techo máximo” no está muy alejado…

A diferencia del período 1976-1983, no van a ser los grupos mediáticos, ni los partidos políticos, ni las patronales, los que cerrarán el paso a una nueva formación radical en virtud de los acuerdos secretos de la transición, sino la opinión pública que, realmente reclama nuevas soluciones, y no chapucillas cyber como ofrecen los partidos políticos virtuales hoy existentes.

Un nuevo tiempo se abre en el que todo es posible. Esa es la moraleja del cuento concluido de lo que fue la transición. Zapatonto ha colocado, involuntariamente, en el basurero de la historia, los últimos pactos de la transición: ahora ya nada retiene al Lobo. Veremos si, verdaderamente, es un lobo o más bien una liebre disfrazada de cabrón… y en algunos casos, hasta de cabronazo.

© Ernesto Milà – infokrisis – infokrisis@yahoo.es

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