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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

NO a la Constitución Europea [y Cuarta Parte]

NO a la Constitución Europea [y Cuarta Parte] Redacción.- Con esta entrega terminamos la serie argumentando el NO al Tratado por el que se establece una constitución para Europa. La extensión y longitud del texto constitucional permitiría elaborar varios cientos de páginas más criticando algunos aspectos secundarios de las instituciones europeas, pero creemos que, con las críticas que hemos realizado hasta ahora, hay motivos más que sobrados para un voto negativo. Así pues, nos veremos el 20-F, armados con la papeleta del NO.


7. La incertidumbre turca

Con este tratado en la mano, en diciembre de 2004 la Comisión Europea ha dado la luz verde para el ingreso de Turquía en la UE. Cuando este Tratado se apruebe, nada, absolutamente, podrá impedir que Turquía sea socio de pleno derecho de la Unión. Este es otro buen motivo para votar NO a esta constitución.

Las razones son muchas y ya han sido expuestas en otro documento (“No a Turquía en la Unión Euopea”), vamos a intentar resumirlas:

- Solamente una parte de Turquía (Tracia) es Europa, las otras dos partes de Turquía (la península Anatolia y el Kurdistán), son asiáticas. La presencia griega en “Asia Menor” que pudo prolongarse durante la romanidad y hasta principios del siglo XV, fue borrada a sangre y fuego tras la conquista de Constantinopla. Hoy Turquía es Asia a todos los efectos.

- Existe una “brecha antropológica” entre Turquía y Europa. El Islam está en el origen del Imperio Otomano del que ha surgido la Turquía actual. El Islam, religión esclerotizada que mantiene los mismos rasgos que en el siglo VIII, es ajena a la historia y a la tradición cultural europea. Cualquier esfuerzo por ampliar su influencia en el territorio de la Unión es negativo para la integración cultural y política de la Unión.

- Existe una “brecha política” entre Turquía y Europa. Turquía carece de un sistema democrático en el que las distintas opciones políticas puedan manifestarse en libertad. Sigue existiendo represión política, torturas, encarcelamientos injustificados y situación de persecución armada en una zona del país (el Kurdistán). En los últimos doscientos años, Turquía ha sido “el enfermo de Europa” (tal como lo definió Bismarck) y ha dado muestras de la mayor inestabilidad política.

- Existe una “brecha geopolítica” entre Turquía y Europa. Actualmente Turquía reivindica ser el lidership del “espacio turcófono” que abarca las repúblicas del sur de la exURSS y el Oeste de China. Para ello ha creado formidables plataformas culturales y propagandísticas, creando fricciones con Rusia y China y no renunciando a la creación de un espacio geopolítico que amenaza a ambas potencias.

- Existe una “brecha económica” entre Turquía y Europa. Turquía vive, en buena medida una situación de atraso secular similar a la España de los años 50. Solamente en las grandes ciudades y en Tracia se vive una situación que podría compararse a Europa. El resto del país vive una mezcla de atraso cultural y secular, con una demografía explosiva que hará que en tres décadas la población turca llegue a 90 millones, con la paradoja de que un país extraeuropeo sería el país europeo más potente y representado.

- Existe una “brecha de seguridad” entre Turquía y Europa. Incluir a Turquía en la EU supone ampliar las fronteras de la Unión hasta zonas extraordinariamente conflictivas (Irak, el Cáucaso, Oriente Medio) y, por tanto, con la posibilidad de que la Unión se vea envuelta en conflictos que nada tienen que ver, ni con sus intereses, ni con su naturaleza, ni con su territorio.

- Existe una “brecha social” entre Turquía y Europa. Turquía es el principal exportador de inmigrantes a Alemania, en donde existen cinco millones de parados y tres millones de turcos. El atraso económico de Turquía generaría un movimiento migratorio incontenible en el momento en que la “ciudadanía común” favoreciera la integración de 90 millones de turcos, aspirantes a extenderse como una mancha de aceite en Europa.

- Existe una “brecha diplomática” entre Turquía y Europa. La Unión Europea debe preocuparse, particularmente, de mantener buenas relaciones de amistad y cooperación con los otros dos grandes actores geopolíticos de Eurasia: China y Rusia. La UE no tiene interés geopolítico en “controlar” el Bósforo y los Dardanelos, como forma de presión ante Rusia, sino abriéndose a la cooperación Rusia. Turquía es una amenaza a esta cooperación.

- Existe una “brecha de seguridad y defensa” entre Turquía y Europa. Turquía ha sido el gran aliado del país más interesado en debilitar a la Unión: EEUU. Turquía sigue siendo miembro de la OTAN y los principales valedores de su integración en la UE son, precisamente, los gobiernos más amigos de los EEUU. El ingreso de Turquía en la UE introduce un elemento pro-atlantista, justamente cuando Europa debe deshacerse de esa tutela.

Así pues, la orientación que la Unión Europea debería favorecer es apoyar a Turquía en la ampliación de su influencia en el mundo que le es propio, el mundo islámico que se encuentra hacia el Sur. En este sentido hay que recuperar la política exterior que el gobierno del kaiser Guillermo II, realizó en torno a Turquía: favorecer su expansión hacia el sur, colaborando con Turquía y con la garantía de renuncia de éste país a participar en las cuestiones europeas. ¿Ayudar a Turquía en su desarrollo? Lo que haga falta, siempre y cuando se aleje de Europa y vaya con lo que es semejante a ella: el mundo islámico, es decir, el mundo extraeuropeo.

En la medida en que el texto del Tratado no desdice, en modo alguno, el requerimiento de la Comisión Europea para iniciar negociaciones con Turquía, nuestro voto en el referéndum sobre el Tratado no puede ser más que negativo.

8. La cuestión de las “Naciones sin Estado” y la centrifugación nacional

Hasta ahora, la Unión Europea era una “unión de Estados Nacionales”. Se consideraba que solamente podían negociar su ingreso en la Unión aquellos “naciones con Estado”. Como máximo, se atendía a la posibilidad de que determinados conjuntos geográficos, contiguos entre sí y pertenecientes a dos Estados distintos, establecieran contactos bidireccionales a fin de promover iniciativas de interés regional que beneficiaran a ambas partes. Pero, el espíritu de los Tratados anteriores, a partir del de Roma, era cerrar la vía a los micronacionalismos y establecer cortafuegos a una centrifugación de las naciones históricas de Europa. A esto contribuía el hecho de que la abundante presencia e inspiración masónica en las instituciones europeas, siguiera defendiendo el punto de vista jacobino que, evidentemente, beneficiaba al mantenimiento de los Estados Nación surgidos de las revoluciones burguesas del siglo XIX y, por tanto, alejaban los riesgos de separatismo.

El problema radica en que, a partir de ahora, la Unión no precisa lo que sería necesario para acceder a una integración y, lo que es peor, no establece lo que podría ocurrir en caso de desmoronamiento y centrifugación de un País, proceso que hoy vive España gracias a las políticas de Maragall e Ibarreche y, gracias, a la cobardía, debilidad y papanatismo del gobierno central. Por que, con el texto constitucional en la mano, es posible argumentar que si alguno de los territorios de cualquier Estado se declara independiente, mediante un proceso pactado… ese mismo Estado, posteriormente, podrá ser incluido en el territorio de la Unión o bien tras la negociación consiguiente.

Y es, precisamente, por esto por lo que partidos nacionalistas como el PNV o CiU apoyan el texto constitucional: percibe -¡y con razón!- la ambigüedad del texto y la desaparición de las reservas legales para abrir procesos de independencia o bien la creación de exóticos “estados libres asociados”. Está claro que partidos más extremistas (ERC o EA), no reconocen validez al texto constitucional por que desearían que ya, a partir de ahora, el Tratado definiera una relación de “naciones sin Estado” (que incluyera, por supuesto, a Catalunya y al País Vasco), susceptibles de alcanzar la independencia.

Geométricamente puede concluirse que éste Tratado nos sitúa más cerca de la centrifugación –y permite abrir procesos centrífugos pactados- que la anterior situación y, por tanto, es rechazable, no sólo para España, sino también para la totalidad de Europa. Países como Francia, Inglaterra o Italia pueden vivir en pocos años un proceso de balcanización que hagan de ellos verdadero mosaicos de “micronacionalidades”.

El Tratado lo que ha hecho es crear un problema en donde antes había una solución. No a la integración en la UE de otras cosa que no sean Estados Nacionales y no hay más Estados Nacionales que los firmantes del Tratado. Ningún “microestado” procedente de la fracturación de los Estados actualmente existentes será admitida como miembro de la Unión. Tal es la reforma del texto del Tratado que proponemos y mientras que no exista, votar NO es un alto deber cívico, en tanto que españoles y europeos.

Ahora bien, está claro que las nacionalidades existen y que existe en algunos países de Europa un problema de articulación del Estado. Estos aspectos tampoco están previstos en el Tratado y, así, cada cual puede ver lo que desea, en particular los micronacionalistas, hábiles manipuladores de la historia y del papel de cualquier texto, en beneficio propio.

El principio del que debería haberse partido es simple: “todo lo que beneficia a la unión en la Unión es favorable; todo lo que beneficia la centrifugación de la Unión es la no-Europa; la no-Europa es rechazable”. Principio ausente. Hay demasiadas lenguas diferentes entre los Estados de la Unión… no la agravemos elevando a la categoría de “lenguas de la unión” a lenguas habladas por minorías ínfimas en la medida en que dar audiencia a estas opciones supone reforzar la “no-Europa”. No es la Comisión Europea la que debe de autorizar la traducción al catalán, al valenciano, al gallego, a la fabla aragonesa, al bable o al euskera, sino el gobierno del Estado-Nación, llamado España, el que debe opinar sobre esto para evitar dar un realce intereuropeo a una cuestión que está “por debajo” de la dimensión de los Estados-Nación.

De lo que se trata, fundamentalmente, es de hacer gobernable a Europa. La Europa de los doscientos micronacionalismos, no es gobernable; la de las 24 naciones, por el contrario, sí lo es. Está claro que los Estados-Nación deben agilizarse y descentralizar funciones, pero no pueden crearse, como ha ocurrido en España, 17 centros de centralización regional que se han hecho con competencias de las diputaciones y de los ayuntamientos, creando una burocracia insostenible y absorbiendo unos recursos desmesurados. Europa debe replantearse una “normalización” de sus estructuras interiores de gestión y administración para hacerla más próxima al ciudadano, más eficaz y ágil. Es imposible gobernar una Europa con cuatro niveles de administración (europeo, nacional, autonómico y local). Sobra un nivel…

El origen histórico y las vicisitudes de las distintas naciones europeas hace que este sea un planteamiento particularmente peliagudo. Baviera, hasta 1918 tuvo un rey y una dinastía propia (los Witelsbach) que gobernaron en una zona federada que formaba parte del Imperio (Reich) alemán. Es evidente que, en España la situación es diferente de en Italia, en donde la unificación nacional tiene 150 años. Y está claro que en Portugal no existe esta problemática, como tampoco en Grecia o Dinamarca. Pero en Bélgica está presente de una manera mucho más acusada que en España. En Francia, parece claro que el jacobinismo, ha laminado las peculiaridades regionales, pero en España, ha ocurrido justo lo contrario. Así pues, es difícil regular y “normalizar” todo esto. Pero si que el Tratado hubiera podido dar unas orientaciones inequívocas en forma de principios rectores.

Por otra parte, es preciso conjugar “identidad” (que aparece en dos niveles: nacional y europeo) con “arraigo” (presente en dos niveles de proximidad: local y regional). Desde nuestro punto de vista, la Unión integra Estados Nación y estos, a su vez, regiones, los cuales, finalmente, integran municipios. Es una pirámide con distintos niveles correlativos:

- el Estado Nación, en la perspectiva europea debe ceder parte de sus competencias a una entidad superior, para alcanzar una mayor operatividad y responder a la realidad mundial (en tanto que la única política posible es la que tiene como actores a bloques geopolítico con dimensión suficiente como para poder estar presentes en el escenario internacional),

- pero también es preciso reforzar las “políticas de proximidad” y, descentralizar funciones de las autonomías en los entes locales. El ciudadanos puede controlar más fácilmente la gestión de un Ayuntamiento que el de una monstruosa corporación autonómica, fotocopia reducida de los Estados Nacionales y tan jacobina como ellos.

- Las administraciones autonómicas deben de estar presentes solamente en aquellos territorios que étnica, lingüística y culturalmente tienen alguna connotación peculiar en relación a sus vecinos. Sus funciones son, fundamentalmente, culturales y, por tanto, ese es su ámbito de aplicación. No son “estados” (como aspiran algunos), ni “microestados” (como hoy lo son en España, en la práctica), son entes que han suplantado a la administración central, no en beneficio de un criterio descentralizador, sino centralizando hasta más allá de lo tolerable, las funciones que antes tenía en Estado, en su ámbito de competencia.

Todo esto está muy alejado del Tratado de la Unión e implica una reforma que España debe de abordar de manera realista o correremos el riesgo de constatar de aquí a unos pocos años, no solo el fracaso del Estado de las Autonomías (algo que ya ha fracasado y de cuyos fragmentos está surgiendo el actual proceso de centrifugación), sino el fracaso de las reformas autonómicas. Pero el Tratado llevado a referéndum, hubiera podido ayudar a prever estos problemas, a atajarlos o bien a reconducirlos, si hubiera sido capaz de establecer algunos conceptos doctrinales capaces de definir cuál sería la forma adecuada para la articulación de la Unión y qué políticas podrían ser asumidas por sus Estados miembros o bien rechazadas. En lugar de esto, se ha preferido el “consenso”. De la misma forma que el consenso constitucional de 1979, provocó que aquellas aguas, trajeran estos lodos, el aplazamiento de la discusión europea sobre la articulación interior de la Unión, provocará graves desequilibrios, no sólo al conjunto de la Unión, sino a buena parte de sus Estados miembros.

Solamente en la Parte III, Título VI, Capítulo I (“Disposiciones institucionales”), Sección 2 (“Órganos consultivos de la Unión”), Subsección 1 (“El Comité de las Regiones”), se alude brevemente a esta problemática y sin insistir en otra cosa más (de nuevo, con vocación de “reglamento” antes que de constitución) que en la composición, duración y reuniones del organismo correspondiente. Erróneo e insuficiente y que, desde luego, no va a conseguir calmar las ansias omnívoras de los micronacionalismos.

También en este terreno es preciso reconocer que quienes creemos en que la reunificación nacional de 1492 fue un episodio positivo en nuestra historia, que superaba la tragedia histórica que supuso la invasión islámica y la destrucción del Reino Hispano-Visigodo, fue un avance. El problema vino cuando, a partir de Felipe V, las ideas enciclopedistas e ilustradas, dieron como resultado el absolutismo primero y la reacción jacobina después que desintegraron la articulación nacional basada en los Fueros. Para los que queremos que Europa esté articulada en cuatro peldaños (municipios, regiones, Estado Nación y Unión Europea), el texto constitucional no puede ser más que decepcionante y votar NO es una obligación en tanto que ciudadanos de nuestro ayuntamiento, residentes en una región concreta, miembros de un Estado Nación y ciudadanos de la Unión.

FINAL

El referéndum del 20-F, lo hemos dicho al principio, es un referéndum-trampa, una estafa realizada con la máscara del “talante” y el “diálogo”. Un referéndum que ni siquiera es vinculante y que ni siquiera obliga al gobierno a seguir la voluntad popular es tan absurdo como un tratado elevado a la categoría de constitución sin haberse podido vivir un “proceso constitucional”.

De entre todas las actitudes posibles en esta situación, la más incomprensible de todas es votar afirmativamente. El SI garantiza solamente una aceptación, no de la “cultura y la unidad europeas”, sino del proceso globalizador, de la inserción de la Unión en ese proceso y la consagración de las políticas neoliberales. El NO, es la postura de fuerza, implica un decir “hasta aquí hemos llegado y de aquí no pasamos”. Implica reconocer que, ahora que tenemos posibilidad, ahora, precisamente, vamos a gritar bien alto que nos negamos a aceptar que nuestro destino como europeos sea estar regidos por un Tratado redactado a espaldas de la población y firmado sin consultar a la población de todo el territorio de la Unión.

Las sombras que se desprenden del texto del Tratado, especialmente de sus lineamientos más significativos, nos obliga al voto negativo. Hubiera sido imposible votar si. Lo más fácil hubiera sido abstenerse y desaprovechar esta ocasión para manifestar nuestra opinión sobre la Unión y sobre su marcha. El texto constitucional a votación es plúmbeo, mal redactado, muy alejado de lo que es una constitución y un portento de ambigüedades y confusiones. En tanto que decididos europeistas, hubiéramos podido votar NULO, diciendo SI a Europa, NO a esta constitución. Pero esta opción hubiera sido difícil de llevar a la práctica y de concretar. Además, está muy claro que toda una familia política en Europa manifiesta de manera unitaria un NO claro, decidido y rotundo. La Europa Nacional y Popular, ha respondido como un solo partido a oponerse al texto del Tratado.

Estamos orgullosos de ser europeos y de tener la ciudadanía europea. Estamos convencidos de que para defender lo que Europa ha sido y lo que debe volver a ser, el texto del Tratado no es la “carta magna” de Europa. Para que exista Europa, Jean Thiriart lo dijo hace más de cuarenta años, es preciso que haya una voluntad de construcción de un nuevo modelo de convivencia. Esta tarea es algo más que un proceso de convergencia inducido por los gobiernos y los grupos de presión económicos, es preciso que la idea de la construcción europea penetre en el corazón y en el cerebro de todos los europeos. Mientras esto no ocurra –y en la actualidad no ocurre- el mejor texto constitucional, no logrará sellar la integración europeo, la estabilidad y la potencia de Europa.

Por nuestra parte, hacemos nuestra la frase de Alexis Curvers: “Mi posición es extremadamente sencilla. Soy un ciudadano del antiguo Imperio Romano. Amo a Europa y a su civilización, que es la Civilización”.

(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es

1 comentario

Bluemer -

Touché por las conclusiones.

Me quedo con: "Para que exista Europa, Jean Thiriart lo dijo hace más de cuarenta años, es preciso que haya una voluntad de construcción de un nuevo modelo de convivencia. Esta tarea es algo más que un proceso de convergencia inducido por los gobiernos y los grupos de presión económicos"

Así ha sido la construcción de Europa desde su embrión, la CEE, hasta hoy. Un mero proyecto económico que ni siquiera dota de unas bases mínimas igualitarias socio-económicas a los diversos estados miembros.

Saludos y hasta otra ocasión