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INFOKRISIS, el blog de Ernest Milà

Antropología de la Vieja España (IV): Predicción Amorosa

Antropología de la Vieja España (IV): Predicción Amorosa Redacción.- Hay en Barcelona una fuente, la de Hércules cuyos caños manan en el Paseo de San Juan. Decía la tradición novecentista que en la noche de San Juan, cuando las muchachas casaderas miraban las aguas de esta fuente, veían reflejarse en ellas al que luego sería su novio y posteriormente su marido. Decenas de pubillas de las inmediaciones acudían a aquella lejana fuente del Ensanche para ver su futuro. La eficacia de esa tradición, aparentemente viene avalada por que la natalidad era superior a la actual y el número de divorcios residual. En otros lugares de la Península se practicaban análogas tradiciones.

La noche de San Juan es particularmente prólija en tradiciones casamenteras. Esa noche las mozas andaluzas preguntaban a los transeúntes el nombre de su novio y acompañaban la cuestión arrojando un cubo de agua desde la ventana. En algunos territorios andaluces en la mismo noche de San Juan, las jovencitas casaderas veían el rostro de su novio en un barreño y en parte de Castilla lo conseguían mirando fijamente a un espejo. García de Linares en “La Magia amorosa en España” completa la información explicando que una vela en una mano y la desnudez de la consultante ayudaban a la presunta eficacia predictiva del sistema. En la huerta valenciana, también en la noche de San Juan, se plantaban habichuelas en una maceta y la zagala las colocaba bajo su cama. Deberá germinar esa noche para que aparezca el príncipe azul a lo largo del año. También se colocaban tres alcachofas en el mismo lugar, indicando que una representaba a la casada, otra a la soltera y otra a la monja, que, en tanto que casada con Dios, ni era casada, ni era soltera. Al día siguiente había que mirar cuál se hubiera abierto (nada dicen los folklorista que estudiaron esa curiosa tradición, si se abrían dos o las tres alcachofas). En Talavera la alcachofa también tiene su protagonismo sólo que se afina un poco más: hay que colocar en las alcachofas los nombres de los galanes, la que primero florezca indicará el nombre del marido. Los mozos también se preocupaban de quien estaba destinada a ser su compañera. Los mozuelos canarios enterraban tres higos chumbos atribuyendo un nombre a cada uno. El que primero floreciera indicaba quien sería la esposa ideal.

Todas estas costumbres pretendían liberar a unos y otros de la angustiosa responsabilidad de la elección. Les ofrecían una seguridad que tiene mucho que ver con el subconsciente y, definitivamente, con los deseos reales. Es evidente que el nombre del favorito se unía a la alcachofa más lozana o al higo chumbo más lustroso que, casi con toda seguridad, era el que tenía más posibilidades de germinar antes.

Más costumbres predictivas: en Andalucía se lanzaban dos alfileres a una palangana, si en la noche se unían habría boda; un cedazo con unas tijeras clavadas y sostenido por los dedos índices de la muchacha indicaban la respuesta a la pregunta “Cedacito, dí que sí o que no”, según se moviera o no. Si se mueve es que no, que no se casa. La costumbre era sevillana. No muy lejos de allí, en Extremadura se lanzaba un zapato al aire la noche de San Juan; al caer boca arriba indicaba boda. Las pubillas catalanas contaban las varillas de su abanico como quien cuenta los pétalos de una margarita, solo que sustituyendo el “me quiere, no me quiere”, por el “soltera, casada, viuda”. Evidentemente, la consulta tenía la virtud de indicar el estado civil de la joven.

Luego estaban las tradiciones adivinatorias a partir del huevo. El huevo es el símbolo de toda generación, contiene las potencialidades del futuro ser, así que no puede extrañar que el huevo ocupase un lugar preeminente en magia amorosa. La clara de huevo ayudaba a las catalanas a ver claro su futuro. Cascaban el huevo pronunciando una jaculatoria mágica, luego debían dejar reposar la clara tras arrojarle agua bendita encima. Había que examinar la forma resultante para intuir el estado civil futuro.

La magia casamentera llegaba incluso a intentar establecer en cuánto tiempo se formalizaría el noviazgo y la boda. Las jóvenes asturianas y salmantinas preguntaban a un cuco: “Cuco del rey, cuco de la reina, ¿cuántos años me das de soltera?”. Tantas veces como el cuco cantaba, tantos años faltaban para la boda y malo si no cantaba por que la soltería o el convento eran el fatal destino de la interesada.

Finalmente, el diagnóstico de boda se completa cuando la anterior fase de la magia amorosa, la selectiva, ya ha dado sus frutos. Falta ahora, una vez elegido el muchacho, saber si éste ama o no ama a la interesada. El procedimiento clásico empleado en todas las regiones de España, parece proceder de Galicia. Allí, desde tiempo inmemorial se arrancaban los pétalos de una flor –no particularmente una margarita- atribuyéndoles a cada uno los grados de “mucho, poco o nada”. La última dictaminaba la intensidad del amor. Existía un 33% de posibilidad de acierto.

Volvamos a San Juan. En Asturias la noche de San Juan los mozos y las mozas encendían hogueras y todos corrían en torno al fuego. Cuando la carrera era más desenfrenada los mozos se agrupaban a un lado y los mozos a otro, en oposición. Luego los mozos saltaban sobre el fuego y alcanzaban el extremo en donde se encontraban las chicas. Las llamas no debían tocarles para que pudieran casarse antes de un año. En Donazahara (Vizcaya) sobre las brasas de las hogueras se lanza una piedrecita. Al día siguiente aquel que encuentra primero la piedra y un cabello blanco se casará en breve. En Montserrat era preciso acertar con una china a la estatua de Fra Garí para obtener el mismo resultado.

También existían ritos que derivaban presumiblemente del período en el que los pueblos primitivos plantaban menhires por toda la península. En España, los siglos de preeminencia católica tumbaron cientos de estos menhires y, por tanto, las costumbres se alteraron. En Bellmunt las chicas casaderas, para acelerar la boda (y, consiguientemente, la maternidad), debían deslizarse por una piedra inclinada (presumiblemente un menhir caído).

Los santos reemplazaron a los viejos menhires en estos territorios de la magia amorosa. San Felipe Neri es uno de ellos. Hay que rezar arrodillado ante su estatua en Castellón y luego dar un salto. San José, San Onofre y San Nicolás ocuparon este papel en Cataluña y Baleares. Cerca de Montserrat, en Collbató, quien cargaba con el Santo Cristo o con la Virgen en la procesión de Jueves Santo tenían garantizado el matrimonio. Por su parte, la Virgen de los Alfileritos de Toledo ante la cual inicialmente las muchachas se clavaban un alfiler al día durante mil días, obraba el milagro de que finalmente apareciera el novio perdido o el anhelado. El rito era largo y cruel por lo que muy pocas llegaban a los mil días y la mayoría prefería olvidarse del novio que las sedujo y desapareció o bien buscar un nuevo novio más accesible y de efectos colaterales menos dolorosos. Con el paso del tiempo el rito atenuó su crueldad y bastaba con arrojar el alfiler en una hornacina situada a los pies de la virgen. Se cuenta que en mayo se llegaba al máximo de alfileres con 500 ó 600 diarios.

Igualmente de trasfondo religioso es el rito practicado por las muchachas andaluzas de anteayer. Era preciso rezar durante cuarenta días tantos padrenuestros como días vayan pasando. El concluir el rito aparecerá el novio esperado. Es importante que no se cometan errores al rezar los padrenuestros ni en su dicción ni en su número. Esto remite a los ritos antiguos y a su eficacia operativa. Cuando un sacerdote romano cometía un “piaculum”, es decir, se equivocaba, debían de realizarse complicadas ceremonias para reparar el destrozo.

Las culturas tradicionales atribuían un poder de transmisión de la influencia divina a los metales. La campana de las iglesias tiene inscritos nombres de Santos de tal manera que cuando suenan las vibraciones ponen en contacto a quienes tañen las campanas con los santos a los que están consagradas. En varias poblaciones españolas las solteras tañían las campanas para encontrar novio. En Olivenza las mujeres mordían la verja de la ermita y en Aldehuela del Codonal metían el dedo medio en el ojo de la cerradura de la ermita de San Marcos.

En cada comarca hay alguna fuente cuyas aguas tenían la reputación de enamorar. Las hemos visto en todas las regiones: si muchacho y muchacha bebían de la misma agua, el destino les unirá para siempre. Covadonga es uno de esos lugares, pero los hay a cientos. En otros lugares no basta con beber el agua, hay que lavarse con ella en un evidente rito de purificación. Hay lugares en donde se muestra la flor del agua durante breves instantes con los primeros rayos de sol. Localizar y coger esa flor implica conocer en poco tiempo al hombre que se amará por toda la eternidad. El rito tiene alguna posibilidad objetiva de ser eficaz. Buscar la flor implica madrugar y madrugar implica disponer de más tiempo para relacionarse con otras personas y, por tanto, aumentan las posibilidades de iniciar un noviazgo.

Si lo pedido no se consigue invocando a Dios, muchos no tienen inconveniente en invocar al Diablo. No es raro que la magia negra entre en juego a la hora de asegurar pareja. Las brujas de ayer y de hoy resuelven las problemas del amor con la soltura con que los fontaneros resuelven conflictos de cañerías. Las brujas españolas fabricaban los “polvos del querer y del aborrecer” con un lagarto disecado y molido. Frotándose este polvo con las manos, el joven se hará amar por la mujer a la que toque. En muchas zonas de la geografía hispana se practicaban hasta no hace mucho, rituales con sangre. La tradición quiere que la sangre del amante mezclada con vino y bebida por la mujer elegida pasa a enamonarse prendidamente de él. Menos siniestro es el rito que se practicaba en el Empordá cuando en lugar de sangre se utilizaba el sudor de sobaquillo recogido durante un mes en un trozo de pan. Se molerá el pan y el polvo resultante garantizará la locura de amor. El mismo rito se utiliza en otras partes cambiando el extracto de sobaquillo por hueso molido (Galicia) o por hierbas de cementerio (Orense). El jugo de verbena frotado en las manos al tocar estas a la persona elegida, asegurarán una relación intensa y apasionada.

De entre los talismanes, las fibras de cuerda de ahorcado son las más efectivas. Lamentablemente para los amantes la Constitución abolió la pena de muerte. Fue sustituido por el imán natural sumergido en agua bendita mientras se oía misa durante nueve días.

Por increíble que pueda parecer estos sistemas mostraban un razonable nivel de eficacia. Era evidente que el mero hecho de estar enamorado de alguien implicaba que el objeto del deseo lo advertía antes o después. Además en la mayoría de procedimientos se trataba de entrar en contacto físico con lo cual se producía una aproximación. Debieron de fracasar muchos en estas lides, pero otros muchos más seguramente lograron casarse y ser felices. El sistema mágico logró perpetuarse incluso hasta nuestros días. Por que a la vista de lo que hay se diría que la superstición ha aguantado mejor la modernidad que las religiones tradicionales.

(c) Ernesto Milà - infokrisis -infokrisis@yahoo.es

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