MADRID: EL MISTERIO DE LOS ORIGENES
Redacción.- La Virgen de Agosto marca el inicio de las fiestas en el Madrid de los Austrias. Las verbenas madrileñas han pasado a ser una de las grandes tradiciones españolas que ha inspirado a artistas de todos los tiempos. Quizás sea el momento de profundizar en el origen mítico de Madrid para intuir de quien somos hijos. Este artículo escarba en los orígenes míticos de Madrid y de su pasado ancestral.
La historia de Madrid es relativamente reciente en relación a otras ciudades y pueblos de la Península Ibérica. Las leyendas que circulan en relación a la fundación de Madrid son pocas y tenues, no están bien arraigadas en el sustrato legendario de la ciudad y pocos son los habitantes que las conocen. Se trata de leyendas que no nacen de Madrid como tal, sino de la confusión entre la ciudad italiana y lombarda de Mantua y la Mantua Carpetana (o Mantua Carpetanorum) que, a partir de Ptolomeo, se identifica con la actual Madrid. Ciertamente en la geografía de este autor cuesta poco identificar a Toledo como el Caput Carpetaniae; Varada equivale verosímilmente a Barajas, Miacum estaba situada en la Casa de Campo, Titulcia sería, con este mismo nombre que hoy, un nudo importante de comunicaciones hacia el 184 a. de JC.
Supongamos lo que aun no está completamente demostrado, a saber, la existencia de un Madrid romano. No en vano el castellano es lengua romance derivada del habla traida por las legiones de Roma. en segundo lugar por que existe cierta floración de lápidas romanas que han ido apareciendo aquí y allí del casco urbano en tiempos modernos. Algunos insinúan incluso que las lápidas latinas que aparecen periódicamente en el casco urbano han sido traidas desde la vecina Miacum; otros resuelven la romanidad de Madrid en unas pocas líneas. Otros aun soslayan la fundación romana a la vista de lo confuso de los rastros arqueológicos.
Y sin embargo estos existen. Aparecieron en la colina donde hoy está el Palacio Real. Lo hallado es suficiente para suponer que allí hubo muralla y si la hubo, hubo población, lo suficientemente importante como para que mereciera ser defendida. Este muro debió alzarse hacia principios de nuestra Era. Manuel Montero Vallejo recuerda otros "puntos tan céntricos y variados como la Puerta de guadalajara, la de los Moros, la torre de los Lasso de Castilla -collaciòn de san Andrés- el viejo Estudio de la Villa -dos-...".
En los cronicones renacentistas, se concreta incluso una fundación anterior a la romana; Epaminondas, el célebre general griego, plantaría sus estandartes en las proximidades del Manzanares. El insigne caudillo militar griego, tuvo una relación más que íntima con el mundo mágico, pues no en vano, recibió de Lysis, las enseñanzas secretas sobre la doctrina pitagórica. Llegaría a ser el mejor orador de Grecia y su amistad con Pelópidas se convertiría en el paradigma de la lealtad. Ambos, generales de la Liga Beocia, se enfrentaron a los lacedemonios en la batalla de Leuctra. Fue la primera vez que los invencibles espartanos resultaron derrotados. La amistad entre ambos hombre debió romperse por sus heroicas muertes en Cinocéfalos donde pereció Pelópidas y en Mantinea convertida en la tumba de Epaminondas.
Es posible que el nombre de Mantinea fuera aprovechado por el cronista para encontrar una relación con la Mantua romana y, por esta sucesión, con el Madrid que conocemos. Sea como fuere, Epaminondas y con él los ejércitos tebanos quedaron destruidos por la coalición espartano-ateniense. Esto supuso el fin de la hegemonía tebana. Pero a pesar de la raíz común, es difícilmente aceptable que Mantinea se convirtiera en Mantua y ésta a su vez en Madrid. Reconforta saber, sin embargo que alguien desease fijar al gran Epaminondas en la crónica madrileña y arraigaran sobre ella las gestas heroicas madrileñas de siglos posteriores ya constatados por la historia objetiva.
Algún autor alude a Ocno Bianor como fundador mítica de la urbe. Este sería hijo de Tíber y de la profetisa Manto. Tíber, el río que en otro tiempo cruzó la capital imperial romana, era también un personaje mitológico. Se le representaba en algunos templos clásicos como un anciano coronado de flores y frutos, sería, pues, símbolo de la fecundidad, un sentido que queda reforzado por la presencia siempre próxima del cuerno de la abundancia y de la loba capitolina. Frecuentemente se representa a Rómulo y Remo cerca de su efigie. Así pues, Ocno sería hijo de una tierra fecundada por el sol y vinculado a los orígenes de la Ciudad Eterna. Su esposa, Manto, era una mujer notable. Profetisa, había heredado esta disposición para la clarividencia de su padre Tiresias y éste, a su vez, la obtuvo del divino Jupiter, padre de los dioses. Muy pocos madrileños conocerán esta leyenda sobre el "bisabuelo" de Madrid, pues si Manto es la abuela y Ocno el padre, Madrid es el último descendiente de esta saga.
Era un hombre normal, como cualquier otro, solo que tuvo la fortuna de divisar en las laderas del monte Cileno a dos serpientes copulando; las separó y de manera imprevista se convirtió en mujer. Pasó el ciclo mágico de siete años y en el mismo lugar volvió a presenciar idéntico ritual de amor; al separarlas recuperó su sexo primitivo. Fue así como cuando el divino Júpiter y su esposa Juno, disputaron sobre quien recibe y da más placer en el amor debieron llamar a Tiresias para que les aclarara la cuestión, pues él conocía el amor desde las dos partes: como hombre y como mujer. Poco diplomático él, afirmó que el gozo se componía de 10 partes, la mujer poseía 9 y el hombre 1. La respuesta no satisfizo a Juno quien, vengativa, le quitó la vista; Júpiter, por el contrario, le recompensó con el don de la videncia. Una vez más nos encontramos con el mito clásico del "hombre cegado para ver mejor". Desde Wotan hasta Homero existe todo un gremio de invidentes para los que al hurtarseles el mundo de los colores y las formas, les ha abierto el de la introspección más allá del espacio y del tiempo.
Manto heredó esta cualidad y, apresada tras la segunda guerra tebana, fue llevada a Claros en Asia. Allí estableció un oráculo que consagró a Apolo el más atractivo de los dioses y luz solar triunfante de la que alguna estatua del Madrid antiguo nos legó el recuerdo. Manto, nostálgica de su patria, lloraba de continuo y ese mismo llanto la derritió hasta convertirla completamente en agua; en el lugar sobre el que se fluidificó su cuerpo apareció una fuente y de esa fuente manó agua sin parar hasta transformarse en un lago. Quien bebía de esas aguas obtenía el don de la profecía, pero en contrapartida, veía acortada su vida.
Ocno, buen vástago de sus padres, fundó Mantua y en recuerdo de su madre le puso su mismo nombre. En el capítulo 10º de la Eneida se narran las visicitudes de la lucha de Ocno junto a Eneas y contra el enemigo común, Turno. Su apellido era Bianor que es utilizado por dos personajes, uno es Rey de Etruria y el otro héroe corresponde a un héroe griego muerto por Agamenon. En el tiempo de Virgilio aun podía verse en el camino de roma a Mantua, el túmulo tenido como sepulcro del rey. Y así lo menciona en el capítulo 9º de las Eglogas.
El problema viene por que la mitología griega conoce otro Ocno (Οχvoς), llamado "el soguero". A este se le representaba en los infiernos trenzando sin fin una cuerda que una burra iba devorando a medida que Ocno la hacía crecer. El mito, similar en su configuración al de Sísifo, parece querer aludir al trabajo realizado inútilmente, pero también ha sido interpretado de manera chusca comparándolo a una pareja en la que el hombre laborioso sufre la tiranía de una mujer derrochadora. Evidentemente, éste segundo Ocno está desprovisto de toda grandeza y, por lo demás, la interpretación a la que hemos aludido, es verosímilmente tardía y extraida del contexto mítico, arrojada al plano de lo económico-social.
Ambos Ocnos tienen elementos comunes, a pesar de las apariencias. Por de pronto, el burro, el asno es símbolo del caos en todas las tradiciones. Allí donde algún místico o santo, gurú o profeta, cabalga sobre un asno, allí hay un intento de superar el caos. Cristo entrando en Jerusalén sobre un pollino, de la misma forma que treinta y tres años antes había nacido calentado por un asno y fue sobre éste animal como huyó hacia Egipto. Pero no era el único. Isis lo detestaba y en el contexto de la tradición egipcia el asno fue un animal "tifoniano". Los caldeos representaban a la diosa de la muerte con forma de asno y el fracaso del Rey Midas se evidencia por las orejas de asno que solamente su barbero conocía. Así pues, el producto del trabajo de Ocno, devorado por un asno, supondría un riesgo de caída y de dominación por el Caos. en cuanto a la "esposa de Ocno", esa mujer derrochadora, quizás en una versión primitiva de la leyenda apareciera asimilada a las aguas, el elemento más caóticas que conocía la humanidad antigua. Y esto viene a cuento, como veremos, de la interpretación del nombre "Madrid".
Otras versiones nos sustituyen a Tiber por Fauno o Hércules; terrible contradicción que nos dice mucho sobre la indefinición que luego afectará a Madrid. Si bien Tíber y Fauno pueden ser asimilados como dioses de la naturaleza salvaje, caótica y desenfrenada, dadores de vida vegetal y frondosidad desordenada, si bien son, en definitiva, divinidades telúricas y ginecocráticas, no puede decirse lo mismo de Hércules. Este es, por lo demás, héroe solar y solamente es comprensible su relación con Ocno, apelando a una confusión de términos en las que Tiresias de un lado y Hércules de otro, tienen como punto común, el odio que hacia ambos siente la Gran Diosa. Si Tiresias es cegado, Hércules recibe de Juno las dos serpientes que vencerá desde la cuna. La alusión a las serpientes es, por lo demás, la segunda concomitancia entre Hércules y Tiresias. Si el primer signo de grandeza en Hércules es la muerte de la dos serpientes enviadas por la madre de los dioses para acabar con él, el Tiresias se convierten en motivo de su transexualización y, finalmente, de su desgracia y poder de videncia.
Se sabe que los mistagogos de la antigüedad trocaban unos personajes en otros; pero no se trataba de algo gratuito: cada cambio indica una orientación diferente del pensamiento mitológico y unos influjos variables. Lo que va de Tiresias a Hércules es lo que va del mito del andrógino al mito solar; ambos son, en definitiva, transcripciones de un estado edénico y primordial -concebido por unos como androginia y en otros como solaridad, esto es, centralidad- obtenido tras la victoria sobre la dualidad representada por las serpientes derrotadas o separadas. A Madrid, al mejor Madrid, le corresponde el tema solar. Este aparece en el símbolo de la ciudad, el Oso, en sus signos protectores, Leo y Sagitario, en la presencia del dragón en sus tradiciones ancestrales, y finalmente, en el planeta dominante, Júpiter. Y todo esto que ha sido soslayado por las crónicas oficiales de la Villa y Corte, no puedo serlo en el contexto de este trabajo.
LOS "REYES OSOS" Y EL ESCUDO DE MADRID
Entre el siglo V y el VIII, en toda Europa aparecieron monarquías de las que se sabe muy poco, situadas a medio camino entre la historia y la leyenda, pero todas ellas unidas por una constante: su común referencia al oso, como animal totémico; todas las leyendas urdidas en torno a estos monarcas hacen de ellos seres míticos.
El culto al oso entre los antiguos íberos queda atestiguado por distintas inscripciones en las que figura la palabra "arconi" o "arco" (idéntica en su raíz a "arkthos" y a la mítica y paradisíaca Arcadia) referidas a una diosa de la tierra y de la naturaleza.
Los germanos adoraron al oso y los godos trajeron hasta España este culto que quedó ligado a la nobleza visigoda superviviente después de la invasión árabe. El primer conde de Barcelona se llamó Bera (= el oso), y varios de sus sucesores Berenguer (= el que es como un oso).
Al producirse la invasión musulmana en España, se produjo una sacudida social mucho más grave que la que representó las invasiones germánicas. Las estructuras de la sociedad hispano-visigoda se derrumbaron y con ellas el Estado. El período legendario en la historia de España tiene su momento áureo desde que los musulmanes inician la invasión, hasta la culminación de la dinastía astur.
Del hijo de Pelayo, el primer rey de la Reconquista, Favila, solamente se sabe una cosa, pero ciertamente significativa, que murió abrazado por un oso. A la luz de la óptica legendaria y de las estructuras míticas medievales, este dato no hay que tomarlo como un desgraciado accidente, sino como la asunción por parte de Favila y de sus descendientes, de las características propias del oso: vigor, vitalidad, fortaleza, valor, energía, etc. que, mediante el acto del abrazo, quedarían incorporadas al rey. Este moriría como hombre para renacer en sus descendientes con fuerzas renovadas. Tal esquema, muerte/renacimiento es frecuente en las mitologías e iniciaciones medievales.
¿Por qué esta insistencia de la humandiad medieval en la figura de los osos y en su vinculación con las monarquías legítimas? Para entenderlo hay que alzar los ojos al cielo en la noche clara y contemplar que la respuesta está allí: las constelaciones llamadas Osas tienen una estrella de singular importancia en el cielo, la Polar, es decir, aquella en torno a la cual gira todo el firmamento y que indica el Norte.
La ideología medieval consideraba que el rey estaba dotado de una función polar: indicaba el camino a seguir, era inmóvil e ineccesible, frecuentemente su castillo se encontraba en una montaña elevada, o su trono se alzaba sobre el nivel del suelo en las salas palaciegas, y esto era así, por influencia divina.
Madrid es conocida como la villa del oso y del madroño, elementos que componen el escudo heráldico de la Capital. Las hojas peremnes del madroño lo relacionan con la inmortalidad, mientras que su color rojo púrpura lo entronca con la realeza imperial. No es por casualidad que exista una relación fonética -no etimológica- entre Madrid y madroño: las funciones que de una capital están contenidas simbólicamente en el madroño que junto con el oso rampante, sobre campo de plata, componen el escudo de Madrid.
La presencia del oso está justificada por la abundancia que hubo de este animal en otro tiempo; pero al mismo tiempo, el oso representa la fuerza y la potencia salvajes, violenta, primitiva e incontrolada que, al contacto con los frutos de la inmortalidad -madroño- será transformada en potencia ordenada, luminosa y rectora.
EL LAGARTO DE SAN GINES: EL DRAGON DE LOS MADRILES
No fue siempre el oso el animal emblemático de Madrid; durante mucho tiempo el "lagarto de san Ginés" tuvo su lugar en el escudo madrileño. Su forma extramadamente ondulante tenía cierto parecido con la tarasca madrileña que en otro tiempo desfiló por las calles de la Villa en la fiesta del Corpus. En realidad, la diferencia entre lagarto y tarasca tiene que ver con la ausencia o presencia de alas y ceste matiz, en absoluto baladí, le otorgo distintas valencias simbólicas.
DEL HERMOSO NOMBRE DE MADRID
La primera sistematización etimológica corrió a cargo de Menendez y Pidal en la Revista de la Biblioteca de Madrid. Hubo que esperar a este autor y al año 1945 para saber que en lengua céltica -o más probablemente, celtíbera- "mageto" quiere indicar grande y "ritu", puente; por sucesivas corrupciones y adaptaciones la ciudad del "puente grande", "mageto-ritu", pronto convertida en Magerito, debía de terminar en el Madrid que conocemos.
No son pocos los que defienden el origen pre-musulmán y romano de la palabra. Madrid procedería para estos autores de "Matrice" que unos interpretan en el sentido de "madre de las aguas" y otros como "matriz de aguas subterráneas. El primer sentido puede interpretarse como origen de todas las formas. En efecto, la ciudad que estaba llamada a ser el centro del Imperio Español, se consideró en otro tiempo "matriz de las aguas"; y si nos retrotraemos a lo ya dicho en relación a Ocno y a su madre Mando, diluida en fuente por su llanto, o a las relaciones entre el segundo Ocno, el pobre trenzador de alimento para la burra, asimilada esta, por la interpretación tardía que nos ha llegado, a la mujer y por la ortodoxa, al caos, veremos como todas estas interpretaciones quedan integradas en ese nombre. Pero si además creemos a quien nos dice que el primer emplazamiento de Madrid sobre las aguas del Manzanares dificultaba la traída de aguas fluviales al poblado, pero que, en cambio, gracias a las aguas subterráneas, pronto transformadas en minas y acequias cubiertas, nunca jamás faltó agua en la ciudad.
Y es posible que esta sea la pista buena a tenor de los datos, progresivamente más fiables que nos proporciona el discurrir del tiempo. La llegada de los árabes hizo que se acelerara la conformacion del nombre actual de la Villa. Los hombres de Alá la llamaron Mayrit, palabra que procedía de la unión de la palabra árabe "mayra", que significa madre y matriz, y del sufijo "it" de origen iberorromático que indicaría lugar. Así pues, el significado final sería "el lugar de la matriz", o "el lugar de la madre". Y aun hay más. Ya hemos hablado de la abundancia de acequias subterráneas, "machra" en árabe; añadido el sufijo de abundancia romance "-etu", transformado en el "it" árabe, tendríamos "Machrit", esto es, "lugar de abundantes aguas". La primera de estas acequias, "matriz" de todas las demás, sería la alcantarilla de las Fuentes de San Pedro en la actual calle de Segovia, en el Madrid más rancio.
Pero aún queda una última interpretación. Los visigodos conservarían la nomenclatura romana en relación a Madrid y de estos, y el nombre de Matrice seguiría en la memoria de los hombres gracias a los mozárabes. En el siglo XIV, Matrice se convertiría en Madrit y luego, suavizando su final, pasaría a ser el Madrid que conocemos hoy. Un largo trayecto hasta nuestros días...
¿Dónde subyace el elemento mágico en todo esto? En la mitología, en primer lugar. La mitología no es un "comic" para uso y disfrute de los antiguos, es, antes bien, la expresión de ideas y contenidos metafísicos. Es el espejo más fiel que nos dirá como es el alma de los hombres que la crearon y, a través de los rasgos que personifican a los héroes y dioses, potencias uranias y diablos telúricos, cual es el espíritu de los lugares que califican. Así sabremos que Madrid es hija de las aguas y del fuego, síntesis de lo telúrico y lo solar, y por lo mismo, llamada a altas gestas de la historia.
Pero además lo mágico radica en que Madrid carece de historia antigua. Es inútil escarvar en los cronicones y en los atlas antiguos, buscando pistas del nombre que se nos escapa una y otra vez y que los eruditos, con toda su carga de conocimientos, no logra esclarecer definitivamente. El pasado más ancestral de Madrid se nos escapa entre las manos y probablemente no lo conoceremos jamás. No importa. Podemos intuir que hubo alguien, seguramente algún arúspice que marchaba junto a las legiones romanas y creyó percibir, con toda la convicción del visionario, que sobre aquel terruño se levantaría algún día una capital, grande no solo por sí misma, sino por ser el centro del mundo.
© Ernesto Milá infoKrisis krisis1@yahoo.es"
La historia de Madrid es relativamente reciente en relación a otras ciudades y pueblos de la Península Ibérica. Las leyendas que circulan en relación a la fundación de Madrid son pocas y tenues, no están bien arraigadas en el sustrato legendario de la ciudad y pocos son los habitantes que las conocen. Se trata de leyendas que no nacen de Madrid como tal, sino de la confusión entre la ciudad italiana y lombarda de Mantua y la Mantua Carpetana (o Mantua Carpetanorum) que, a partir de Ptolomeo, se identifica con la actual Madrid. Ciertamente en la geografía de este autor cuesta poco identificar a Toledo como el Caput Carpetaniae; Varada equivale verosímilmente a Barajas, Miacum estaba situada en la Casa de Campo, Titulcia sería, con este mismo nombre que hoy, un nudo importante de comunicaciones hacia el 184 a. de JC.
Supongamos lo que aun no está completamente demostrado, a saber, la existencia de un Madrid romano. No en vano el castellano es lengua romance derivada del habla traida por las legiones de Roma. en segundo lugar por que existe cierta floración de lápidas romanas que han ido apareciendo aquí y allí del casco urbano en tiempos modernos. Algunos insinúan incluso que las lápidas latinas que aparecen periódicamente en el casco urbano han sido traidas desde la vecina Miacum; otros resuelven la romanidad de Madrid en unas pocas líneas. Otros aun soslayan la fundación romana a la vista de lo confuso de los rastros arqueológicos.
Y sin embargo estos existen. Aparecieron en la colina donde hoy está el Palacio Real. Lo hallado es suficiente para suponer que allí hubo muralla y si la hubo, hubo población, lo suficientemente importante como para que mereciera ser defendida. Este muro debió alzarse hacia principios de nuestra Era. Manuel Montero Vallejo recuerda otros "puntos tan céntricos y variados como la Puerta de guadalajara, la de los Moros, la torre de los Lasso de Castilla -collaciòn de san Andrés- el viejo Estudio de la Villa -dos-...".
En los cronicones renacentistas, se concreta incluso una fundación anterior a la romana; Epaminondas, el célebre general griego, plantaría sus estandartes en las proximidades del Manzanares. El insigne caudillo militar griego, tuvo una relación más que íntima con el mundo mágico, pues no en vano, recibió de Lysis, las enseñanzas secretas sobre la doctrina pitagórica. Llegaría a ser el mejor orador de Grecia y su amistad con Pelópidas se convertiría en el paradigma de la lealtad. Ambos, generales de la Liga Beocia, se enfrentaron a los lacedemonios en la batalla de Leuctra. Fue la primera vez que los invencibles espartanos resultaron derrotados. La amistad entre ambos hombre debió romperse por sus heroicas muertes en Cinocéfalos donde pereció Pelópidas y en Mantinea convertida en la tumba de Epaminondas.
Es posible que el nombre de Mantinea fuera aprovechado por el cronista para encontrar una relación con la Mantua romana y, por esta sucesión, con el Madrid que conocemos. Sea como fuere, Epaminondas y con él los ejércitos tebanos quedaron destruidos por la coalición espartano-ateniense. Esto supuso el fin de la hegemonía tebana. Pero a pesar de la raíz común, es difícilmente aceptable que Mantinea se convirtiera en Mantua y ésta a su vez en Madrid. Reconforta saber, sin embargo que alguien desease fijar al gran Epaminondas en la crónica madrileña y arraigaran sobre ella las gestas heroicas madrileñas de siglos posteriores ya constatados por la historia objetiva.
Algún autor alude a Ocno Bianor como fundador mítica de la urbe. Este sería hijo de Tíber y de la profetisa Manto. Tíber, el río que en otro tiempo cruzó la capital imperial romana, era también un personaje mitológico. Se le representaba en algunos templos clásicos como un anciano coronado de flores y frutos, sería, pues, símbolo de la fecundidad, un sentido que queda reforzado por la presencia siempre próxima del cuerno de la abundancia y de la loba capitolina. Frecuentemente se representa a Rómulo y Remo cerca de su efigie. Así pues, Ocno sería hijo de una tierra fecundada por el sol y vinculado a los orígenes de la Ciudad Eterna. Su esposa, Manto, era una mujer notable. Profetisa, había heredado esta disposición para la clarividencia de su padre Tiresias y éste, a su vez, la obtuvo del divino Jupiter, padre de los dioses. Muy pocos madrileños conocerán esta leyenda sobre el "bisabuelo" de Madrid, pues si Manto es la abuela y Ocno el padre, Madrid es el último descendiente de esta saga.
Era un hombre normal, como cualquier otro, solo que tuvo la fortuna de divisar en las laderas del monte Cileno a dos serpientes copulando; las separó y de manera imprevista se convirtió en mujer. Pasó el ciclo mágico de siete años y en el mismo lugar volvió a presenciar idéntico ritual de amor; al separarlas recuperó su sexo primitivo. Fue así como cuando el divino Júpiter y su esposa Juno, disputaron sobre quien recibe y da más placer en el amor debieron llamar a Tiresias para que les aclarara la cuestión, pues él conocía el amor desde las dos partes: como hombre y como mujer. Poco diplomático él, afirmó que el gozo se componía de 10 partes, la mujer poseía 9 y el hombre 1. La respuesta no satisfizo a Juno quien, vengativa, le quitó la vista; Júpiter, por el contrario, le recompensó con el don de la videncia. Una vez más nos encontramos con el mito clásico del "hombre cegado para ver mejor". Desde Wotan hasta Homero existe todo un gremio de invidentes para los que al hurtarseles el mundo de los colores y las formas, les ha abierto el de la introspección más allá del espacio y del tiempo.
Manto heredó esta cualidad y, apresada tras la segunda guerra tebana, fue llevada a Claros en Asia. Allí estableció un oráculo que consagró a Apolo el más atractivo de los dioses y luz solar triunfante de la que alguna estatua del Madrid antiguo nos legó el recuerdo. Manto, nostálgica de su patria, lloraba de continuo y ese mismo llanto la derritió hasta convertirla completamente en agua; en el lugar sobre el que se fluidificó su cuerpo apareció una fuente y de esa fuente manó agua sin parar hasta transformarse en un lago. Quien bebía de esas aguas obtenía el don de la profecía, pero en contrapartida, veía acortada su vida.
Ocno, buen vástago de sus padres, fundó Mantua y en recuerdo de su madre le puso su mismo nombre. En el capítulo 10º de la Eneida se narran las visicitudes de la lucha de Ocno junto a Eneas y contra el enemigo común, Turno. Su apellido era Bianor que es utilizado por dos personajes, uno es Rey de Etruria y el otro héroe corresponde a un héroe griego muerto por Agamenon. En el tiempo de Virgilio aun podía verse en el camino de roma a Mantua, el túmulo tenido como sepulcro del rey. Y así lo menciona en el capítulo 9º de las Eglogas.
El problema viene por que la mitología griega conoce otro Ocno (Οχvoς), llamado "el soguero". A este se le representaba en los infiernos trenzando sin fin una cuerda que una burra iba devorando a medida que Ocno la hacía crecer. El mito, similar en su configuración al de Sísifo, parece querer aludir al trabajo realizado inútilmente, pero también ha sido interpretado de manera chusca comparándolo a una pareja en la que el hombre laborioso sufre la tiranía de una mujer derrochadora. Evidentemente, éste segundo Ocno está desprovisto de toda grandeza y, por lo demás, la interpretación a la que hemos aludido, es verosímilmente tardía y extraida del contexto mítico, arrojada al plano de lo económico-social.
Ambos Ocnos tienen elementos comunes, a pesar de las apariencias. Por de pronto, el burro, el asno es símbolo del caos en todas las tradiciones. Allí donde algún místico o santo, gurú o profeta, cabalga sobre un asno, allí hay un intento de superar el caos. Cristo entrando en Jerusalén sobre un pollino, de la misma forma que treinta y tres años antes había nacido calentado por un asno y fue sobre éste animal como huyó hacia Egipto. Pero no era el único. Isis lo detestaba y en el contexto de la tradición egipcia el asno fue un animal "tifoniano". Los caldeos representaban a la diosa de la muerte con forma de asno y el fracaso del Rey Midas se evidencia por las orejas de asno que solamente su barbero conocía. Así pues, el producto del trabajo de Ocno, devorado por un asno, supondría un riesgo de caída y de dominación por el Caos. en cuanto a la "esposa de Ocno", esa mujer derrochadora, quizás en una versión primitiva de la leyenda apareciera asimilada a las aguas, el elemento más caóticas que conocía la humanidad antigua. Y esto viene a cuento, como veremos, de la interpretación del nombre "Madrid".
Otras versiones nos sustituyen a Tiber por Fauno o Hércules; terrible contradicción que nos dice mucho sobre la indefinición que luego afectará a Madrid. Si bien Tíber y Fauno pueden ser asimilados como dioses de la naturaleza salvaje, caótica y desenfrenada, dadores de vida vegetal y frondosidad desordenada, si bien son, en definitiva, divinidades telúricas y ginecocráticas, no puede decirse lo mismo de Hércules. Este es, por lo demás, héroe solar y solamente es comprensible su relación con Ocno, apelando a una confusión de términos en las que Tiresias de un lado y Hércules de otro, tienen como punto común, el odio que hacia ambos siente la Gran Diosa. Si Tiresias es cegado, Hércules recibe de Juno las dos serpientes que vencerá desde la cuna. La alusión a las serpientes es, por lo demás, la segunda concomitancia entre Hércules y Tiresias. Si el primer signo de grandeza en Hércules es la muerte de la dos serpientes enviadas por la madre de los dioses para acabar con él, el Tiresias se convierten en motivo de su transexualización y, finalmente, de su desgracia y poder de videncia.
Se sabe que los mistagogos de la antigüedad trocaban unos personajes en otros; pero no se trataba de algo gratuito: cada cambio indica una orientación diferente del pensamiento mitológico y unos influjos variables. Lo que va de Tiresias a Hércules es lo que va del mito del andrógino al mito solar; ambos son, en definitiva, transcripciones de un estado edénico y primordial -concebido por unos como androginia y en otros como solaridad, esto es, centralidad- obtenido tras la victoria sobre la dualidad representada por las serpientes derrotadas o separadas. A Madrid, al mejor Madrid, le corresponde el tema solar. Este aparece en el símbolo de la ciudad, el Oso, en sus signos protectores, Leo y Sagitario, en la presencia del dragón en sus tradiciones ancestrales, y finalmente, en el planeta dominante, Júpiter. Y todo esto que ha sido soslayado por las crónicas oficiales de la Villa y Corte, no puedo serlo en el contexto de este trabajo.
LOS "REYES OSOS" Y EL ESCUDO DE MADRID
Entre el siglo V y el VIII, en toda Europa aparecieron monarquías de las que se sabe muy poco, situadas a medio camino entre la historia y la leyenda, pero todas ellas unidas por una constante: su común referencia al oso, como animal totémico; todas las leyendas urdidas en torno a estos monarcas hacen de ellos seres míticos.
El culto al oso entre los antiguos íberos queda atestiguado por distintas inscripciones en las que figura la palabra "arconi" o "arco" (idéntica en su raíz a "arkthos" y a la mítica y paradisíaca Arcadia) referidas a una diosa de la tierra y de la naturaleza.
Los germanos adoraron al oso y los godos trajeron hasta España este culto que quedó ligado a la nobleza visigoda superviviente después de la invasión árabe. El primer conde de Barcelona se llamó Bera (= el oso), y varios de sus sucesores Berenguer (= el que es como un oso).
Al producirse la invasión musulmana en España, se produjo una sacudida social mucho más grave que la que representó las invasiones germánicas. Las estructuras de la sociedad hispano-visigoda se derrumbaron y con ellas el Estado. El período legendario en la historia de España tiene su momento áureo desde que los musulmanes inician la invasión, hasta la culminación de la dinastía astur.
Del hijo de Pelayo, el primer rey de la Reconquista, Favila, solamente se sabe una cosa, pero ciertamente significativa, que murió abrazado por un oso. A la luz de la óptica legendaria y de las estructuras míticas medievales, este dato no hay que tomarlo como un desgraciado accidente, sino como la asunción por parte de Favila y de sus descendientes, de las características propias del oso: vigor, vitalidad, fortaleza, valor, energía, etc. que, mediante el acto del abrazo, quedarían incorporadas al rey. Este moriría como hombre para renacer en sus descendientes con fuerzas renovadas. Tal esquema, muerte/renacimiento es frecuente en las mitologías e iniciaciones medievales.
¿Por qué esta insistencia de la humandiad medieval en la figura de los osos y en su vinculación con las monarquías legítimas? Para entenderlo hay que alzar los ojos al cielo en la noche clara y contemplar que la respuesta está allí: las constelaciones llamadas Osas tienen una estrella de singular importancia en el cielo, la Polar, es decir, aquella en torno a la cual gira todo el firmamento y que indica el Norte.
La ideología medieval consideraba que el rey estaba dotado de una función polar: indicaba el camino a seguir, era inmóvil e ineccesible, frecuentemente su castillo se encontraba en una montaña elevada, o su trono se alzaba sobre el nivel del suelo en las salas palaciegas, y esto era así, por influencia divina.
Madrid es conocida como la villa del oso y del madroño, elementos que componen el escudo heráldico de la Capital. Las hojas peremnes del madroño lo relacionan con la inmortalidad, mientras que su color rojo púrpura lo entronca con la realeza imperial. No es por casualidad que exista una relación fonética -no etimológica- entre Madrid y madroño: las funciones que de una capital están contenidas simbólicamente en el madroño que junto con el oso rampante, sobre campo de plata, componen el escudo de Madrid.
La presencia del oso está justificada por la abundancia que hubo de este animal en otro tiempo; pero al mismo tiempo, el oso representa la fuerza y la potencia salvajes, violenta, primitiva e incontrolada que, al contacto con los frutos de la inmortalidad -madroño- será transformada en potencia ordenada, luminosa y rectora.
EL LAGARTO DE SAN GINES: EL DRAGON DE LOS MADRILES
No fue siempre el oso el animal emblemático de Madrid; durante mucho tiempo el "lagarto de san Ginés" tuvo su lugar en el escudo madrileño. Su forma extramadamente ondulante tenía cierto parecido con la tarasca madrileña que en otro tiempo desfiló por las calles de la Villa en la fiesta del Corpus. En realidad, la diferencia entre lagarto y tarasca tiene que ver con la ausencia o presencia de alas y ceste matiz, en absoluto baladí, le otorgo distintas valencias simbólicas.
DEL HERMOSO NOMBRE DE MADRID
La primera sistematización etimológica corrió a cargo de Menendez y Pidal en la Revista de la Biblioteca de Madrid. Hubo que esperar a este autor y al año 1945 para saber que en lengua céltica -o más probablemente, celtíbera- "mageto" quiere indicar grande y "ritu", puente; por sucesivas corrupciones y adaptaciones la ciudad del "puente grande", "mageto-ritu", pronto convertida en Magerito, debía de terminar en el Madrid que conocemos.
No son pocos los que defienden el origen pre-musulmán y romano de la palabra. Madrid procedería para estos autores de "Matrice" que unos interpretan en el sentido de "madre de las aguas" y otros como "matriz de aguas subterráneas. El primer sentido puede interpretarse como origen de todas las formas. En efecto, la ciudad que estaba llamada a ser el centro del Imperio Español, se consideró en otro tiempo "matriz de las aguas"; y si nos retrotraemos a lo ya dicho en relación a Ocno y a su madre Mando, diluida en fuente por su llanto, o a las relaciones entre el segundo Ocno, el pobre trenzador de alimento para la burra, asimilada esta, por la interpretación tardía que nos ha llegado, a la mujer y por la ortodoxa, al caos, veremos como todas estas interpretaciones quedan integradas en ese nombre. Pero si además creemos a quien nos dice que el primer emplazamiento de Madrid sobre las aguas del Manzanares dificultaba la traída de aguas fluviales al poblado, pero que, en cambio, gracias a las aguas subterráneas, pronto transformadas en minas y acequias cubiertas, nunca jamás faltó agua en la ciudad.
Y es posible que esta sea la pista buena a tenor de los datos, progresivamente más fiables que nos proporciona el discurrir del tiempo. La llegada de los árabes hizo que se acelerara la conformacion del nombre actual de la Villa. Los hombres de Alá la llamaron Mayrit, palabra que procedía de la unión de la palabra árabe "mayra", que significa madre y matriz, y del sufijo "it" de origen iberorromático que indicaría lugar. Así pues, el significado final sería "el lugar de la matriz", o "el lugar de la madre". Y aun hay más. Ya hemos hablado de la abundancia de acequias subterráneas, "machra" en árabe; añadido el sufijo de abundancia romance "-etu", transformado en el "it" árabe, tendríamos "Machrit", esto es, "lugar de abundantes aguas". La primera de estas acequias, "matriz" de todas las demás, sería la alcantarilla de las Fuentes de San Pedro en la actual calle de Segovia, en el Madrid más rancio.
Pero aún queda una última interpretación. Los visigodos conservarían la nomenclatura romana en relación a Madrid y de estos, y el nombre de Matrice seguiría en la memoria de los hombres gracias a los mozárabes. En el siglo XIV, Matrice se convertiría en Madrit y luego, suavizando su final, pasaría a ser el Madrid que conocemos hoy. Un largo trayecto hasta nuestros días...
¿Dónde subyace el elemento mágico en todo esto? En la mitología, en primer lugar. La mitología no es un "comic" para uso y disfrute de los antiguos, es, antes bien, la expresión de ideas y contenidos metafísicos. Es el espejo más fiel que nos dirá como es el alma de los hombres que la crearon y, a través de los rasgos que personifican a los héroes y dioses, potencias uranias y diablos telúricos, cual es el espíritu de los lugares que califican. Así sabremos que Madrid es hija de las aguas y del fuego, síntesis de lo telúrico y lo solar, y por lo mismo, llamada a altas gestas de la historia.
Pero además lo mágico radica en que Madrid carece de historia antigua. Es inútil escarvar en los cronicones y en los atlas antiguos, buscando pistas del nombre que se nos escapa una y otra vez y que los eruditos, con toda su carga de conocimientos, no logra esclarecer definitivamente. El pasado más ancestral de Madrid se nos escapa entre las manos y probablemente no lo conoceremos jamás. No importa. Podemos intuir que hubo alguien, seguramente algún arúspice que marchaba junto a las legiones romanas y creyó percibir, con toda la convicción del visionario, que sobre aquel terruño se levantaría algún día una capital, grande no solo por sí misma, sino por ser el centro del mundo.
© Ernesto Milá infoKrisis krisis1@yahoo.es"
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